El castillo de Xivert es uno de los dos simbólicos monumentos de la provincia que te trasladarán mediante su historia, hasta la leyenda templaria que nunca ha abandonado las tierras del Maestrazgo.
En el paraje del Ametler de la Sierra de Irta, a 370 metros de altura, se erige orgulloso el castillo de Xivert. Bajos sus rocas se esconden vestigios que arrancan de la época íbera, aunque su planta y virtud es de origen árabe. Su emplazamiento se convierte en un privilegio para la vigilancia de los caminos ganaderos y tierras que se extendían entre Pulpis y Peñíscola. El castillo fue construido entre los siglos X y XI y ocupa una extensión de 8000 metros cuadrados. De su época musulmana, el castillo conserva la alcazaba, las torres de sur y poniente, el aljibe y el muro sur que se eleva hasta una impresionante altura de más de 12 metros. Es sobre esa muralla en la que se puede leer aún “al-fatih Allah: el que concede la victoria es Dios”.
El castillo fue donado al Temple en el siglo XIII y la orden de monjes guerreros consiguió su capitulación sin violencia, permitiendo a los moradores de la medina, que continuarán viviendo en esas tierras en la Aljama morisca. Así, el castillo ostentó ser encomienda de la Orden templaria y vivió un momento de esplendor. La fortaleza se reformó con dos grandes torres circulares, aljibe, capilla, patio de armas que ahora han recuperado su belleza gracias a las obras de restauración que la Diputación Provincial está impulsando dentro del proyecto “Territorio Templario”.
Con la cesión del castillo a la orden de Montesa tras la desaparición del Temple y la posterior expulsión de los moriscos, la fortaleza entró en decadencia y se abandonó definitivamente en 1632 al bajarse sus colonos al llano a la actual población de Alcalà de Xivert.
Allí en el núcleo de la población, aquellos moradores decidieron erigir la iglesia de San Juan Bautista, junto a la cual, se encuentra su torre campanario, de 68 metros de altura, lo que la convierte en la más alta de la provincia y en justa puja por esa supremacía con otras atalayas similares de la Comunidad Valenciana.
Cuando accedes a la torre, al visitante intrépido le esperan 213 peldaños de una escalera de caracol sin ánima que lo conducen casi al cielo, entre muros de piedra sillar de caliza blanca. En su singular planta octogonal, algunas leyendas creen observar todavía la mano templaria en busca de las fuerzas telúricas. Sin embargo, la realidad es que su estilo barroco se luce en total apogeo en su campanil con ocho columnas corintias. El cuerpo de campanas, las cuales se encuentran en arcos, se corona con una balaustrada con pedestales, bolas historiadas sobre ellos y a sus pies gárgolas en forma de cañón.
Diez campanas, que todavía siguen ejerciendo su función, coronan esta torre que se encuentra coronada por una talla con la imagen de San Juan Bautista.