Del milagro de los tullidos a refugio de cátaros

Que los cátaros encontraron refugio en el interior de Castellón, es un hecho indudable. Lo difícil es encontrar huellas claras de aquellos “hombres puros” que hayan subsistido a la inquisición, la intolerancia y el tiempo. La ermita de San Pablo de Albocàsser es uno de esos lugares.

            En un hermosísismo paraje, surgido de la desecación de un pequeño pantano, se encuentra la ermita y hospedería que esconde una joya arquitectónica y pictórica declarada Monumento Histórico Artístico en 1979. La leyenda apunta a que el propio San Pablo, vestido de peregrino, invitó a beber de las aguas cenagosas a unos tullidos que, sanaron en el acto. Aquel milagro fue lo que alentó a la construcción de la ermita en veneración del santo converso en el siglo XVII.

            Al recinto se acede por un portal conquistado por una yedra centenaria. Ya en el centro de la placeta que enmarcan la ermita y la hospedería, se encuentra el pozo que rememora el milagro. En la iglesia, de factura sencilla en nave única con bóveda de crucería. El presbiterio es el tesoro de la iglesia con zócalada cerámica y frescos pintados por el artista vinarocense, Vicent Guilló.

            “Por ser tan hermoso el cielo, te busco con tanto anhelo”, es la inscripción que preside las pinturas de la cúpula que rememoran al San Pablo. De igual manera, la vida del santo es el centro de las grisallas que decoran las paredes del refectorio en la hospedería.

            Esas pinturas monocromáticas, sugieren más misterios que respuestas cristianas. Primero por la extraña presencia del Duque de Savoya, que jamás visitó esas tierras, pero si fue su ducado el refugio de los cátaros. Segundo, porque las pinturas están repletas de simbolismos relacionados con los albigenses. Y, tercero, porque las pinturas permanecieron siglos ocultas tras una capa de cal, no se sabe si por cambio de gustos estéticos o, simplemente, porque se trataba de ocultar su simbolismo. Lo cierto es que visitar el paraje de la ermita de San Pablo, ahora restaurada, es encontrar, seguramente un acceso más sutil al alma.

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