Un microclima excelente, a más de 1.300 metros de altitud, una tierra óptima y fértil, regada por decenas de ríos subterráneos procedentes del acuífero del Maestrazgo y mucho mimo. Con estas condiciones se cultiva la patata de Vistabella: una variedad tardía, de secano y ecológica, ya que no se usan fertilizantes químicos. Un producto auténtico que se está abriendo paso en los mejores restaurantes como artículo gourmet y que se ha ganado el prestigio gracias al paraguas de la Cooperativa Agrícola Bio Penyagolosa, conformada por vecinos de Vistabella, quienes han impregnado su sello en esta patata autóctona con denominación de origen.
Al llegar a Vistabella, el viajero sobrepasa el pequeño municipio, presidido por su grandiosa iglesia en la plaza del Dau. Se trata de la obra arquitectónica más importante del Renacimiento en Castellón, con reminiscencias góticas. En dirección hacia la Font de l’Alforí, la misma carretera que va hacia el ermitorio de Sant Joan de Penyagolosa, observamos un extenso llano de plantaciones y cultivos: es el Pla de Vistabella, donde se concentran decenas de bancales dedicados a la producción de la patata. La llanura llama la atención de quien visita estas tierras por primera vez, ya que la extensión de tierra para el cultivo contrasta a lo lejos con la ingente mole del Penyagolosa, a 1.813 metros de altitud. Las hermosas montañas y sus pinares rodean el Pla, que según la época del año en la que nos encontremos nos regala paisajes pintados de colores que van desde el verde más intenso al ocre y a marrón. Un espectáculo de la naturaleza único, digno de ser visitado y experimentado. Los bancales, marcados por los surcos del arado, están bordeados por muros construidos con la tradicional piedra en seco, muy típica de la zona. En los mismos se vislumbran filas y filas de verdes plantas de la patata. En la antigüedad se usaban como decoración de jardines principescos. Hoy decoran el Pla de Vistabella. Una belleza esmeralda entre montañas y prados, acentuada por el silencio y el aire que azota sus hojas. El viajero, además, puede observar las líneas marcadas a sello en estas tierras de labranza ancestral destinadas desde años ha a este tubérculo, que se pierden de vista, sin duda, simulando alcanzar hasta el infinito. En el entorno, mariposas, águilas… Estamos en plena naturaleza.
Baraka, Agria, Condor, Kenneked y Vitelotte
La patata de Vistabella se caracteriza por su excelente calidad. Y ahí entra en juego el método de cultivo: totalmente natural y ecológico. Además, al ser de secano sus propiedades –intensidad de sabor, color, textura y aspecto—se intensifican y sus cualidades organolépticas son muestra de ello. Actualmente, en el Pla de Vistabella se producen cinco variedades de patadas, a cada cual más exquisita. Así, encontramos la patata Baraka (de carne harinosa e ideal para cocinar hervidos y purés para los niños y las personas mayores); la patata Agria (su carne es más fina y es ideal para freir, quedando siempre dura y de color blanco); patata Condor (de color rojizo, es muy firme y está indicada especialmente para hacerla asada o frita); la variedad Kennekek (muy cremosa y excelente para cocinas patatas bravas, hacerla en tortilla o para los guisados) y, por último la patata Vitelotte (con piel de color morado, casi negra y carne violeta se distingue de las demás por sus características cromáticas, muy apreciada por los chefs más exigentes).
De junio a noviembre, luchando contra el éxodo rural
Es precisamente gracias a que se cultiva tarde –se planta en el mes de junio, por San Juan, y se recolecta en noviembre, sobre la celebración de Todos los Santos—el motivo por el cual se reduce la floración de malas hierbas, y, por tanto, el uso de pesticidas. Crece así en un ciclo completamente ecológico, como se hacía antaño. Y cada año se van ampliando el número de bancales destinados a su producción, recuperando tierras que estaban yermas, que habían sido abandonadas desde hacía 30 o 40 años, y tratando de superar, así, con este reclamo laboral, el incipiente éxodo rural, que tanto ha castigado a esta zona de Castellón en las últimas décadas. La patata de Vistabella no es sólo un producto excelente para el consumo, significa también vida para el pueblo, nuevos retos y favorecer así una economía que estaba olvidada: la agrícola.